jueves, 22 de julio de 2010

El “efecto” China y la Argentina

Por Aldo Ferrer*

Suele denominarse “efecto” a las consecuencias de un acontecimiento sobre la realidad económica. El surgimiento de China, como un protagonista de primer orden en el sistema internacional, es un “acontecimiento” de vasto alcance. ¿Cuál es su “efecto”?

Mucho mayor que el que revela el peso creciente del país en el orden económico mundial. En la última década del siglo XV, desembarcaron Colón en el Nuevo Mundo y Vasco Da Gama en la India. En ese entonces, China era todavía el país más poblado y poderoso del planeta. Su civilización era tanto o más avanzada que la de los pueblos cristianos de Europa Occidental. A partir de entonces, mientras en Europa se producía una revolución política, económica y cultural que inaugura la modernidad, China entró en un largo proceso de letargo y, finalmente, de subordinación a las potencias dominantes de Europa y, por último, de los Estados Unidos y Japón.

En ese largo período de cinco siglos, las naciones avanzadas de Europa y su vástago mayor, los Estados Unidos, ejercieron el monopolio de la ciencia y la tecnología y, consecuentemente, el dominio de la industria y de las redes de la globalización. En ese escenario, China descendió incesantemente en el orden mundial. En 1500, su ingreso per cápita era semejante al de los países más avanzados de Europa.?A mediados del siglo XX representaba menos del 10 por ciento.

Desde las últimas décadas del siglo pasado, la incorporación masiva de la ciencia y la tecnología en el sistema económico y social de China está transformando el país y su posición en el orden mundial. Su creciente protagonismo en las producciones manufactureras de frontera pone fin al monopolio ejercido, sobre la tecnología y la industria, por las economías avanzadas de Occidente. El surgimiento de nuevas economías avanzadas en Oriente se inició con el despegue inicial de Japón y, luego, de los tigres asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur). Pero ese conjunto de países representa el 5% de la población mundial. Es tan sólo con la emergencia de China, y también de la India –ambos constituyen el 40% de aquella– que la cuenca Asia Pacífico surge como un polo de desarrollo competitivo del Atlántico Norte.

Un primer “efecto” China es, por lo tanto, un nuevo reparto del poder con todas sus consecuencias en la organización y dinámica del sistema internacional. A partir de allí se produce una catarata de otros efectos. Entre ellos, los siguientes:

Valorización de la producción primaria: la incorporación de centenares de millones de seres humanos a la producción vinculada con la economía mundial aumenta la demanda de alimentos y materias primas, eleva sus precios y, por lo tanto, valoriza los recursos naturales.

Redistribución del ingreso: el empleo masivo de mano de obra de bajos salarios en las cadenas de valor transnacionales debilita la capacidad negociadora de los sindicatos en los países avanzados y, consecuentemente, deprime la participación de los salarios en la distribución del ingreso y aumenta la correspondiente a las ganancias. Estos hechos deprimen el consumo,?impulsan el sostenimiento de la demanda agregada por otras vías (el crédito en los Estados Unidos y las exportaciones en Alemania y Japón) y?promueven desequilibrios en el sistema global.

Reservas financieras: el superávit en los pagos internacionales de China ha permitido la acumulación de reservas, en su Banco Central, por 2,5 billones de dólares, equivalentes a casi el 50% de las reservas internacionales del resto del mundo. Gran parte de las reservas chinas se han invertido en financiar el déficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos y la expansión crediticia en ese país. El sistema financiero occidental funciona como un gran casino y con autonomía respecto de la economía real y de las políticas públicas en marcos desregulados. Por el contario, en China, el poder financiero es un instrumento fundamental de las políticas públicas y de la promoción de sus intereses nacionales en el orden global.

Estos tres “efectos” forman parte de los desequilibrios macroeconómicos del sistema global, caracterizados por el déficit de los pagos externos de los Estados Unidos y el superávit de Alemania, Japón y China, la expansión de la liquidez internacional y la especulación en los mercados financieros internacionales.

Este régimen es el que acaba de colapsar con la crisis inaugurada, a fines del 2007, en el mercado de préstamos hipotecarios en los Estados Unidos y el posterior derrumbe de los mayores intermediarios en los mercados globales. En las últimas décadas, las políticas económicas prevalecientes en las mayores economías avanzadas han revelado ser incapaces de organizar un sistema ordenado y estable de relaciones internacionales, impedir los desbordes especulativos de los mercados financieros y de acomodar el nuevo protagonismo de China y las economías emergentes de Asía. Las respuestas a la crisis global, dadas hasta ahora, en el seno del G-20 y en el grupo más reducido de las mayores economías del mundo no alcanzan para resolver los problemas planteados.

La evolución de la economía global en el futuro cercano dependerá de la capacidad de China de dinamizar suficientemente su absorción interna, vía el aumento del consumo y no predominantemente, como hasta ahora, por las inversiones. De la de los Estados Unidos, de cerrar la brecha abierta por su insuficiencia de ahorro y el déficit de sus pagos internacionales.

De las de Alemania y Japón, de expandir la demanda agregada vía el consumo interno y la inversión y no, como hasta ahora, las exportaciones. En las economías avanzadas, estos cambios de rumbo implican la sustitución del paradigma neoliberal dominante por la prioridad del pleno empleo y la redistribución del ingreso, no previsible, al menos por ahora. Más bien todo lo contrario, como revela la estrategia ortodoxa de ajuste asumida en la Unión Europea frente a la crisis de los países vulnerables de la Unión, del régimen comunitario y del euro.

Mientras que las mayores economías del mundo y sus estados buscan respuestas al “efecto” China y los desequilibrios globales, en la periferia tenemos que encontrar nuestras propias respuestas. De allí la importancia de la reciente visita de la Presidenta argentina a China y el debate de la cuestión en nuestro país. Porque el “efecto” China nos confronta con una oportunidad y un desafío. La oportunidad consiste en la valorización de los recursos naturales y la expansión del mercado mundial para nuestra oferta de alimentos y productos primarios.

El desafío, en evitar reducir la relación bilateral dentro del modelo centro periferia. Es decir, el intercambio de productos primarios argentinos por manufacturas y capitales chinos. En tal sentido, fue oportuna la observación de la Presidenta de que la relación bilateral debe ser entre socios y no entre clientes. Ya se sabe, desde siempre: la relación entre socios sólo puede darse entre economías nacionales plenamente desarrolladas. Por lo tanto, en la Argentina como en China, es indispensable la integración nacional de las cadenas de valor, la formación de estructuras productivas?diversificadas y complejas capaces de gestionar el conocimiento y establecer relaciones simétricas no subordinadas con el resto del mundo.

Para tales fines, con realismo y con firmeza, la Argentina debe administrar?su comercio con China y la eventual recepción de inversiones de ese origen, en el marco de la expansión equilibrada del valor agregado de las respectivas exportaciones y la orientación, de las corrientes financieras, con los mismos fines. Sería fatal que, en las condiciones de estos inicios del siglo XXI en el orden mundial y en nuestro país, repitiéramos la experiencia de los pactos Roca Runciman de la década de 1930.

Vale decir, ceder autonomía de la política económica a cambio de mercados para nuestra producción primaria. Ésta tiene espacio en China y en el resto de Asia y de los mercados internacionales. Simultáneamente, la industria argentina debe empinarse sobre el mercado interno de su inmenso espacio territorial y su proyección al resto del mundo. Si hacemos las cosas bien, el “efecto” China es un aliado potencial del desarrollo argentino y seremos efectivamente socios no clientes.

* Director editorial de Buenos Aires Económico

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